Fallece el sacerdote y canónigo de la Catedral de Cádiz Enrique Arroyo

En la mañana del 22 de julio hemos conocido la triste noticia del fallecimiento del P. Enrique Arroyo Camacho. El que fuera, entre otros cargos diocesanos, Vicario General de la Diócesis de Cádiz y Ceuta y Deán de la S.A.I. Catedral de Cádiz, ha fallecido a los 77 años.

Sus restos han sido trasladados al Tanatorio Servisa de Cádiz, sala 2, (c/ Chiclana, s/n, Polígono Zona Franca). La misa funeral tendrá lugar mañana, jueves 23 de julio, a las 11.00 horas, en la S.A.I. Catedral de Cádiz. El viernes 24 de julio, a las 9.30 horas, en la S.A.I. Catedral de Cádiz, el Cabildo Catedral procederá a celebrar el rito exequial, quedando depositadas las cenizas en la cripta del primer templo diocesano.

Una persona muy querida en nuestra diócesis, sus compañeros sacerdotes lo recuerdan como un hombre cercano y un referente dentro de la Iglesia de Cádiz y Ceuta. Como Antonio Alcedo, canónigo de la Catedral, quien lo recuerda como un compañero “muy amistoso, agradable y siempre dispuesto a hacerte un favor. Fuimos compañeros en el Seminario y durante muchos años trabajamos juntos en el Obispado, primero siendo yo delegado de Catequesis y él como secretario de Pastoral, y posteriormente, cuando fue nombrado Vicario General, seguí colaborando con él”.

Otro de los canónigos que lo recuerda con cariño es Balbino Reguera: “Desde que yo era niño tuve relación con él. Fue mi superior en el Seminario y lo siguió siendo cuando me ordené de cura, ya que él fue nombrado Vicario General. Yo lo tengo como un referente, como el sacerdote mayor que te va marcando el camino, un buen sacerdote”.

Enrique Arroyo fue deán de la Catedral de Cádiz, el actual deán, Guillermo Domínguez Leonsegui, también lo tiene como “un referente para toda una generación de sacerdotes, aparte de su cultura, preparación y por los cargos de responsabilidad que ha ejercido en la diócesis. Como compañero en el Cabildo, trabajar con él era muy fácil porque siempre estaba abierto a las sugerencias y a la colaboración. Se ha muerto un compañero, pero sobre todo un gran amigo”.

En estos últimos meses Enrique Arroyo estuvo recibiendo continuas visitas de sus compañeros, incluido el obispo diocesano, Mons. Rafael Zornoza, quien esta última semana, al conocer que el estado de salud del P. Arroyo había empeorado, lo estuvo visitando casi a diario.

Además del funeral que se celebrará mañana, está previsto que en septiembre se celebre una misa funeral, para que pueda asistir todo el pueblo diocesano, que por motivos de vacaciones no se encuentren en estos momentos en Cádiz.

Fallece Enrique Arroyo Camacho, canónigo de la Catedral

Por: José Antonio Hernández Guerrero

Si la noticia de la muerte de cualquiera de nuestros compañeros nos ensombrece el día, la información del fallecimiento de un amigo con el que, durante las últimas semanas, hemos estado dialogando sobre la lucha por la vida, nos rompe el alma. Les confieso, amigos, que escribo estas líneas con las agrias sensaciones del que elabora un doloroso y triste relato de ficción. A pesar de que Enrique Arroyo me había informado detalladamente del diagnóstico de su cruel enfermedad, contra la que luchaba paciente y esperanzadamente, la comunicación de su fallecimiento, que me acaba de transmitir Antonia, me ha golpeado intensamente.

El padre Arroyo, que nació en el Barrio de Santa María, estudió en el Colegio de la Salle-Viña y cursó la carrera eclesiástica en el Seminario Conciliar de San Bartolomé y en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid, ha desarrollado su dilatada e intensa actividad sacerdotal, durante más de medio siglo, en Cádiz. Primero ejerció las tareas de profesor, de superior y de administrador del Seminario y, sucesivamente, fue coadjutor en la parroquia de Santo Tomás, párroco en las parroquias de San Servando y San Germán, de la Palma y de San Antonio, Vicario Capitular -durante la sede vacante-, Vicario General, y Canónigo Lectoral y Deán de la Iglesia Catedral. Si, entre los diversos rasgos que dibujan su perfil humano destaca su singular destreza para gestionar los tiempos, para medir la importancia de los episodios y para calibrar el valor de los objetos, las claves de sus decisiones pastorales tenían su origen en esos principios evangélicos que orientaban su mirada lúcida y sus gestos esperanzados. Es ahí donde residía, a mi juicio, el fundamento hondo de su sosiego apacible y de su palabra crítica levemente irónica pero siempre esperanzada.

Paciente y sereno, prefería caminar pausadamente distanciándose de los halagos y desdramatizando las murmuraciones. Con humor -para que la inteligencia no le hiciera daño- y con ingenio –para no herir susceptibilidades- desarrollaba sus actividades orientado por las exigencias de su vocación sacerdotal conscientemente asumida y aplicando como criterios prácticos las exigencias humanas de la vida actual lúcidamente interpretadas. Pero lo que más nos llamaba la atención de su personalidad era la habilidad para alcanzar la unidad posible, para intentar vivir humana y cristianamente, teniendo conciencia de sí mismo y del mundo que le rodeaba. Asumía el pasado, vivía el presente y afrontaba el futuro con serenidad, por eso respondía a las circunstancias que se presentaban cada día, evitando reaccionar con ansiedad o con agresividad.

Si, como él afirmaba, la vida discurre en una continuada interacción de la Providencia y de la Libertad, podemos afirmar -haciendo un fácil juego de paradojas- que esa conjunción armoniosa hacía posible que fuera riguroso sin rigidez, piadoso sin beatería, obediente sin sumisión, leal con los obispos, amigo de los sacerdotes y servicial con los fieles. Hombre meditativo, paciente y reflexivo, Enrique buscaba los momentos de calma en los que el silencio humilde de la vida le permitía escuchar las llamadas de Jesús, su amigo y maestro, con el fin de realizar la síntesis entre la fe y los restantes saberes: entre la visión del mundo, del hombre y de la historia que ofrece el Evangelio y la óptica que proprocionan las actividades de la vida diaria, entre las propuestas del Credo y la jerarquía de valores humanos.

Si es cierto que nos duele haber perdido a un sacerdote amigo, también es verdad que somos muchos a los que nos queda la íntima satisfacción de haber sido testigos de su estimulante trayectoria vital orientada e impulsada por un afán de superación y por la decisión explícita de combatir los monstruos de las mentiras, de las apariencias vacías y de los trabajos mal hechos. A sus familiares, a sus compañeros, a su generoso y servicial amigo Bienvenido, y a su fiel y leal Antonia, les expreso mi profunda condolencia. Que descanse en paz.
 

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