Una voz autorizada y clara ante el feroz laicismo

Fernando García de Cortázar
Católicos en tiempos de confusión
Madrid, Ediciones Encuentro

Es posible que los asiduos lectores del profesor García de Cortázar se sorprendan al advertir el tono elevado de la denuncia que hace en este libro de la gravedad del momento actual en el que, al despojarnos del sentido histórico, corremos el riesgo de destruir los valores fundamentales sobre los que se ha construido nuestra identidad social, cultural, política y religiosa. Estoy convencido, sin embargo, de que, cuando ponderen los datos contrastados que aporta y los análisis rigurosos que realiza, llegarán a la conclusión de que le sobran argumentos para estimular nuestra responsabilidad ciudadana y para hacernos reaccionar de manera enérgica y rápida.

Estoy de acuerdo con él en que, si de forma inmediata y lúcida, no abandonamos la ingenua y cómoda indolencia, corremos el peligro de hacernos cómplices del desmoronamiento de un modelo de civilización heredada de la Grecia Antigua y de Jerusalén, de Roma y de la Cristiandad Medieval, del Humanismo Renacentista, de la Ilustración y del liberalismo moderno.
Me resulta especialmente clarificadora la identificación de esos gérmenes que, intensamente cultivados por líderes y creadores de opinión, están conduciendo hacia crecimiento del separatismo, hacia la expropiación de nuestro carácter como españoles y hacia la devastación de la identidad social, cultural y nacional. A mi juicio, posee especial fuerza su manera enérgica de señalar la desidia intelectual, la complaciente ignorancia, el radical relativismo y la altanera deslealtad a nuestros principios de una notable parte de líderes políticos, de agentes sociales y de educadores de diferentes niveles que se han vuelto de espaldas a las raíces de los problemas actuales.

La clara denuncia que este Catedrático de Historia de la Universidad de Deusto hace de ese feroz laicismo, apoyado en la pretensión de expropiación cultural, de frivolidad colectiva, de vaciado de principios y de asedio populista, debería hacer pensar a aquellos creyentes que, en la práctica, están aceptando que la fe se ha de profesar, celebrar y vivir sólo en el silencio de las sacristías o en la intimidad de las conciencias.

Opino que este libro -denso y valiente, profundo y claro, serio y atrevido- es una llamada en voz alta y urgente para que los ciudadanos que se consideran creyentes, para que los que están convencidos de que los principios y los valores evangélicos del amor, de la justicia, de la libertad, de la solidaridad, del perdón o de la misericordia se decidan a reclamar su participación en el espacio público, en la arena política, en el conflicto social y, en resumen, en la convivencia en una tierra en la que, durante veinte siglos, muchos cristianos no ha dejado de dar la voz de alarma justa y de la palabra adecuada para el consuelo fraterno, el grito de escándalo ante el atropello y la promesa de felicidad que se le oculta al hombre de nuestro tiempo.

José Antonio Hernández Guerrero

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