Fallecen los sacerdotes Manuel Teruel y Enrique Albendín

En la mañana de hoy, 21 de enero, hemos conocido del fallecimiento del presbítero diocesano, Rvdo. D. Manuel Teruel Gregorio de Tejada, a los 94 años de edad.

Sus restos mortales han sido trasladados al Tanatorio Virgen del Rosario, de Cádiz, donde podrá ser velado.

Mañana martes, 22 de enero, a las 10.30 horas, el obispo diocesano, Mons. Rafael Zornoza, presidirá la Misa funeral en el Parroquia de San Servando y San Germán, de Cádiz.

Por otro lado, el pasado sábado, 19 de enero, conocimos la noticia del fallecimiento del Rvdo. D. Enrique Albendín Romero, a los 85 años de edad. Sacerdote perteneciente a la Diócesis de Córdoba, pero que desde 1979 desarrolló su labor pastoral en nuestra diócesis.

Ayer, Mons. Zornoza presidió el funeral en la Parroquia de La Inmaculada, en La Línea de la Concepción, templo al que estaba adscrito el padre Enrique en los últimos años.

Se ruega una oración por el eterno descanso ambos.

D. E. P.

Obituario Manuel Teruel Gregorio de Tejada

Por: José Antonio Hernández Guerrero

A los que hemos conocido al sacerdote Manuel Teruel, a los que hemos seguido con atención su dilatada trayectoria vital, pastoral, profesional, académica, docente e investigadora, y, sobre todo, a los que hemos estado pendientes de su respuesta a la vocación sacerdotal, no nos sorprende una afirmación -simple y profunda- que hemos escuchado con cierta frecuencia: “Hay que ver la habilidad con la que ha hecho convergente su entrega a la Historia y a la Iglesia”. Esta breve frase retrata, a mi juicio, al sacerdote e intelectual gaditano -mezcla de sabiduría, rigor, sensibilidad y sentido eclesial- y contiene la razón honda que justifica su intensa y su larga vida dedicada a la enseñanza y a la investigación como cauces de la acción pastoral. Esta es la clave que explica su intensa dedicación a la docencia en el Seminario de Cádiz, en el Centro de Estudios Interdiocesano de Sevilla y en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Línea de la Concepción.

La razón de su apasionada y, al mismo tiempo, rigurosa dedicación a unas actividades -en apariencia tan distantes- como el ejercicio del Ministerio sacerdotal y la investigación histórica radica en su pretensión de saber mucho -casi todo- sobre la Iglesia y en explicarlo de manera rigurosa y clara. Recuerdo, por ejemplo, su estudio sobre el teólogo y Diputado en las Cortes de Cádiz Manuel López Cepero y Ardila. Imprescindible también, a mi juicio, son sus libros titulados “Revisión historiográfica del Concilio de Trento”, “Vocabulario básico de Historia de la Iglesia”, “Obispos liberales” o sobre las “Monarquías en América”.

Pensador y crítico de personalidad compleja, disfrutaba indagando raíces, analizando palabras y relacionando ideas. Hasta el final de su dilatada vida ha conservado e incluso aumentado su pretensión de saber mucho -casi todo- sobre el hombre, sobre la sociedad y sobre la Iglesia: él quería conocer al ser humano por dentro y por fuera. No podemos perder de vista que Manuel Teruel era un científico dotado de una penetración intelectual desafiante, un técnico que hacía alarde de su rigor; un agudo crítico que penetraba en el fondo secreto de los textos.

En mi opinión, lo más sorprendente de este sacerdote gaditano es la habilidad con la que supo armonizar, la fe con la ciencia, la teoría con la práctica, la humildad con la autoridad, la confianza con el respeto y, sobre todo, la claridad con el rigor y la sencillez con el esplendor de la Liturgia. Estas cualidades no sólo eran el resultado del estudio concienzudo sino, sobre todo, del hábito adquirido desde la adolescencia para analizar los problemas humanos aplicando las luces de la razón y las pautas del Evangelio. Él partía del supuesto según el cual el buen uso de la palabra era no sólo una muestra de inteligencia, sino también un signo de cortesía y la herramienta imprescindible para anunciar, explicar y comunicar los mensajes cristianos. Compartimos el dolor por su muerte con sus hermanas y hermanos. Que descanse en paz. 

Obituario Enrique Albendín Romero

Por: José Antonio Hernández Guerrero

A los ochenta y cinco años ha fallecido en la Línea de la Concepción el padre Enrique Albendín Romero, un sacerdote y profesor cordobés que, desde 1979 ha desarrollado su labor pastoral en nuestra diócesis. Como me explica el padre José Carlos Muñoz García, era un hombre bueno, trabajador y alegre que, con sus actitudes y con sus expresiones generosas estimulaba a los fieles para que construyeran la ciudad terrena implantando la libertad, el amor y la comunión fraterna. Era un pastor que nos acompañaba en el camino hacia la madurez humana y que nos alentaba en la búsqueda de valores trascendentes. La noticia de su muerte nos estimula para que, conscientes de que no podemos divisar el amplio y fecundo paisaje de su vida, sí deberíamos aprovechar esta oportunidad para, recordando algunos rasgos de su rica personalidad, mostrarle nuestra admiración y nuestra gratitud. Estoy convencido de que sólo alcanzamos la verdad humana de los hechos cuando los recuperamos mediante el recuerdo agradecido.

Su vida sencilla y elocuente ha sido una historia de esperanzas y una lección de fe que alimentó la confianza de todos los sacerdotes y fieles que lo trataron. Su testimonio como profesor de latín u como párroco de Campamento constituye una fuente de conocimiento del ser humano, una clave de interpretación de la existencia cristiana y, al mismo tiempo, una llamada apremiante que nos estimula a la reflexión y al esfuerzo por entender la vida y por traducirla en palabras para comprender la presencia del pasado en el presente y para examinar las vivencias más válidas e integrarlas en un proyecto más cristiano y convincente. Y es que el padre Enrique era plenamente consciente de que, en el curso de la Historia, el sacerdote es un mediador, un encargado de hacer visible y audible el mensaje de la Buena Nueva, la Noticia de que los hombres y las mujeres somos hermanos porque tenemos un mismo Padre, de que todos ostentamos la dignidad suprema de seres humanos porque somos hijos de Dios. Su biografía ha sido la proclamación, explícita y comprometida, de la eficacia del mensaje del Evangelio: de la irrupción de la luz en la oscuridad, de la revelación del amor en un mundo de odios, de la claridad de la verdad en una sociedad de publicidad engañosa y, en resumen, del esplendor de una vida entregada a los demás. Que descanse en paz.

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