El arte de perdonar

Anselm Grün
Si aceptas perdonarte, perdonarás
Madrid, Narcea

Aunque es cierto que el perdón, entendido en su sentido más rico y profundo, es una aportación específicamente cristiana, hemos de reconocer que son muy diversas las maneras de expresarlo y múltiples las intensidades de vivirlo. Recordemos que esta palabra etimológicamente procede de “donar” y significa renunciar libre y gratuitamente a castigar un delito o una ofensa, a cobrar una deuda o a exigir una equivalencia. Perdonar y ser perdonado son experiencias vitales muy hondas, dotadas de múltiples dimensiones vitales no sólo religiosas individuales y colectivas, sino también antropológicas, psicológicas, sociológicas, jurídicas y políticas. Por muy petulantes o ingenuos que seamos, hemos de reconocer que, por el mero hecho de ser humanos, desde el nacimiento hasta la muerte estamos cargados de limitaciones, de deudas y de culpas, y que, en consecuencia, el perdón, más que rebajamiento, es una necesidad y una grandeza. Todos -por muy íntegros que nos creamos- para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás, necesitamos continuamente perdonar y ser perdonados.

La experiencia del perdón fortalece la convicción de que no estamos de más, de que podemos ser algo, de que no somos simplemente tolerados y, sobre todo, nos eleva para que seamos nosotros mismos y para que se autonomice nuestra libertad crítica. Cuando la experiencia del perdón es creativa, se instauran nuevas relaciones interhumanas y nuevos lazos interpersonales que, incluso, puede dar origen a una amistad más profunda, a una colaboración más eficaz y, en consecuencia, a una nueva vida. Estas son algunas de las ideas que me ha sugerido el libro Si aceptas perdonarte, perdonarás, en el que Anselm Grüm, sacerdote benedictino alemán, dotado de una dilatada y profunda experiencia como maestro espiritual y como director de encuentros y de retiros, nos explica con claridad el poder del perdón como terapia psicológica y como vía directa hacia la conciliación familiar, hacia la convivencia social, hacia la colaboración política y, sobre todo, hacia la comunión eclesial. Perdonar, efectivamente, es asumir la apuesta y el riesgo de rememorar el pasado asumiéndolo, y de encontrarse con el otro adoptando una actitud positiva, por encima de la culpabilidad que le atribuimos. Como ayer mismo nos dijo a todos con claridad y con energía el papa Francisco: «Dios nos abraza siempre, siempre, después de nuestras caídas, ayudándonos a levantarnos y a ponernos en pie».

José Antonio Hernández Guerrero

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