Un peculiar modelo evangélico de feminidad

Nuria Calduch-Benagas (coord.)
Mujeres de los Evangelios
Madrid, PPC. 2018

Como en otras cuestiones actuales de la vida de la Iglesia, para plantear de manera adecuada el papel que han de protagonizar las mujeres en las actividades pastorales, hemos de acudir a los Evangelios y examinar los principios y las pautas definidas por los comportamientos, las actitudes y las palabras de Jesús de Nazaret. Es ahí donde reside el manantial original de la Teología eclesial y la cantera fecunda de las tareas pastorales. Esta consideración tan elemental me sirve para fundamentar mi juicio positivo sobre este libro que, además de oportuno, es básico para orientar una reflexión seria y un estímulo poderoso para abrir nuevos cauces de la participación de las mujeres en los diferentes niveles de las actividades eclesiales: en la evangelización, en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas y, por supuesto, en las tareas de gobierno.

Parto del supuesto de que Nuria Calduch-Benages, coordinadora de la edición, constituye una garantía de seriedad, de rigor y de solvencia científica ya, que como es sabido, además de profesora ordinaria de Antiguo Testamento en la Facultad de Teología de la Universidad Gregoriana y profesora invitada en el Pontificio Instituto Bíblico, es miembro de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión para el Estudio del Diaconado de la Mujer, creado por el papa Francisco. Como ella misma explica en la “Introducción”, aunque Jesús no desarrolló ninguna doctrina sobre las mujeres, los pobres, los pecadores y los pequeños, “su actitud fue tan nueva, tan inclusiva, tan rompedora, que provocó escándalo e incomprensión entre sus coetáneos, empezando por sus discípulos” (cf. Jn. 4.27).

Además del rigor exegético y de la profundidad hermenéutica de los diferentes análisis, me ha llamado especialmente la atención la convergencia de las conclusiones a las que llegan los análisis de estas once especialistas en Sagradas Escrituras. A pesar de la sobriedad de los textos evangélicos referidos a María, en su conjunto ponen de manifiesto la trascendencia de un peculiar modelo de feminidad que testimonia la victoria del Resucitado. Isabel, simplemente con su saludo y bendición, genera ese sentido de la alegría fundada en la unión de “una humanidad y una divinidad entrelazadas en el cuerpo de las mujeres”. Si la profetiza Ana, constituye un modelo de entrega servicial al Templo, la hemorroísa, con su audaz decisión de tocar a Jesús, nos muestra cómo la solución de los problemas humanamente irresolubles reside en la fe resuelta en Jesús, y “la mujer del perfume”, la mujer del amor grande” a pesar o, quizás por ser pecadora regenerada por su amor y por su gratitud, como expresión de “un corazón esponjado y rebosante de paz”. Si Marta de Betania, mujer activa, es un modelo de servicio, de “diaconía” de las tareas de dirección, implicada en los diferentes ministerios, María, por el contrario, encarna la actitud de escucha del discípulo, de igual manera que María de Magdala, discípula lidera a los apóstoles, testigos de la Resurrección. Y especial atención merece, a mi juicio, la figura de la mujer samaritana, la anunciadora de Jesús como profeta y Mesías que propone una nueva perspectiva cultural y religiosa, y, además, restablece las relaciones rotas por varones religiosos. Afronta tres aspectos estrechamente unidos: la relación cultural entre judíos y samaritanos, la religión las relaciones de género. Finalmente nos ofrece una visión panorámica de las mujeres que aparecen en las parábolas de Jesús que la autora distribuye en tres tipos: las que nos mencionadas explícitamente, las que están situadas en un segundo plano y las que, sorprendentemente, no aparecen.

José Antonio Hernández Guerrero

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