La decisión de experimentar la dicha de vivir la vida para amar

Alfred Sonnenfeld

Educar para madurar

Madrid, Rialp, 11ª edic.

Tras la atenta lectura de este sorprendente, interesante y oportuno libro destinado a los padres y a los educadores de niños y de adolescentes, he llegado a la conclusión de que se han desbordado ampliamente las expectativas que me suscitó su título. Inicialmente imaginé que sería un manual didáctico cuyo contenido podría ser una serie de orientaciones teóricas y de pautas prácticas para que los adultos, con nuestros consejos, ayudáramos a nuestros hijos o a nuestros alumnos a adquirir determinados valores humanos y a desarrollar diferentes virtudes morales.

Conforme he avanzado en la lectura he podido comprobar que se trata de una teoría científica y, al mismo tiempo, de una propuesta eficiente para que todos, con independencia de la edad, vayamos mejorando nuestra calidad humana y, en consecuencia, alcanzando mayores cuotas de bienestar. Si, desde el principio, me llamó la atención la referencia directa y constante a los actuales avances científicos de la neurología, progresivamente fui comprobando cómo las explicaciones rigurosas y, al mismo tiempo claras, me descubrían su relación con la felicidad de los niños y de los adultos, de los padres y de los educadores, de la familia y de la sociedad. Efectivamente, el autor logra despertarnos el deseo de aprender y nos abre el apetito de seguir creciendo, avivando la curiosidad y haciéndonos reflexionar para lograr la mejor versión de nosotros mismos. Parte de un supuesto realmente esperanzador: “hasta que muramos, nuestro cerebro siempre estará `en obras´. Gracias a la neuroplasticidad -la capacidad que tiene el cerebro para formar nuevas conexiones entre las neuronas durante toda su existencia- , este se desenvuelve con notable pericia a la hora de afrontar las diversas situaciones que la vida tenga reservadas” (p. 20).

En mi opinión, la forma hábil de relacionar las diferentes funciones del cerebro con las actividades mentales, con los comportamientos familiares, con las decisiones morales e, incluso, con las aspiraciones espirituales, me han descubierto cómo, efectivamente, la psicología, la pedagogía, la ética, la sociología, la política, la filosofía, la teología y la ascética son disciplinas que son irreductiblemente interdependientes. Pero, quizás, lo más provechoso de esta lectura sea su capacidad de contagiarnos con la manera de la que el autor -Afred Sonnenfeld, doctor en Medicina y en Teología- conecta entre sí estas explicaciones logrando que los lectores, que no somos especialistas en estas materias, entendamos sus análisis teóricos y comprendamos sus propuestas prácticas para alcanzar una vida lograda.

Sus detalladas explicaciones logran que, por ejemplo, descubramos cómo nuestro bienestar depende de nuestras relaciones personales porque las investigaciones han demostrado que la exclusión social daña el cerebro, mientras que la solidaridad humana nos gratifica porque, como él afirma textualmente, “el cerebro humano no solo está calibrado para vivir de modo adecuado la solidaridad humana y el compromiso social; no es únicamente un órgano social, sino que también dispone de un calibrador para la justicia  y la lealtad” (p. 61).

A mi juicio, la lectura de este libro, además de descubrir los fundamentos científicos de los comportamientos humanos, puede proporcionarnos unos estímulos para seguir esas sendas que conducen al crecimiento personal, que facilitan las relaciones familiares, que generan la comunicación y la solidaridad. Es posible que, además, nos sirva para hacernos comprender los beneficios personales, familiares y sociales de quienes se deciden a “experimentar la dicha de vivir la vida para amar”.

José Antonio Hernández Guerrero

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