Carta a los sacerdotes

Queridos amigos sacerdotes: 

Me dirijo a vosotros de nuevo en esta circular, cuando llevamos más de dos semanas de confinamiento en las que se han sucedido tantos acontecimientos que nos han exigido tomar decisiones excepcionales y urgentes. Y cada día se presentan novedades. Me siento muy unido a todos vosotros y en constante relación por teléfono, mensajes, etc. Sé que estáis bien, por lo general, viviendo este tiempo con dolor y responsabilidad, haciendo lo posible dentro de las limitaciones que nos imponen las autoridades, y atentos a lo que se nos va indicando. 

En primer lugar, quiero transmitiros mi gratitud por estar en vuestros puestos, al frente de la comunidad, cuidando a las personas en sus necesidades. No solo padecéis las inquietudes y los temores que compartimos con toda la sociedad sino también la angustia de los fieles que recurren a vosotros buscando el consejo, la gracia de Dios, apoyo y consuelo. Podemos decir con San Pablo que el  Dios de todo consuelo “nos consuela en cualquier tribulación nuestra, hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo” (2Cor 1, 2-5). Éste es el mejor momento para ofrecer la luz de la fe y la fortaleza de la esperanza, con la seguridad que da confiar en el Amor de Dios. Los fieles agradecen muy positivamente vuestra dedicación, demostrada en las numerosas ofertas que les hacéis—tan rápida y creativamente—para seguir atendiéndoles, especialmente a través de las redes sociales, y que puedan encontrar la cercanía del Señor en la oración, la catequesis, en conferencias cuaresmales, etc. Lo mismo digo por la atención a los pobres, a quienes sé que no olvidáis. Somos servidores de la misericordia, que “no es sólo un sentimiento ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre!” (Francisco, MV). Que no deje de manifestarse en vosotros la compasión de Dios que es bálsamo necesario para los heridos por la enfermedad y la muerte. Gracias por no abandonar a nadie. Muchas gracias. 

Hace falta que intensifiquemos nuestra oración de intercesión, la celebración diaria de la Santa Misa –aunque sea sin pueblo— pidiendo a Dios que nos libre de la pandemia y sus tremendas consecuencias. 

La Eucaristía, que es el centro de la vida de la Iglesia y su mayor tesoro, es nuestro centro donde el Señor nos une misteriosamente para incorporarnos al dinamismo de su vida resucitada. Ahora es más necesario aún el alimento y fortaleza de la fe, y su misericordia infinita, que tanto nos conforta. En este forzoso ayuno eucarístico, tan doloroso para muchos, se está despertando en los fieles un mayor deseo de la comunión que nos llena de esperanza. Que encuentren en los sacerdotes la palanca de la intercesión que anhelan para hallar gracia ante Dios. 

Ya conocéis el Decreto y las Indulgencias concedidas por el Santo Padre a través de la Penitenciaría Apostólica. Es una gran bendición para cuantos sufren esta situación de dolor, enfermedad y muerte (http://www.obispadocadizyceuta.es/2020/03/20/la-santa-sede-concede-indulgencias-a-enfermos-de-coronavirus-sanitarios-y-familiares/). Estamos, más que nunca, al servicio de los que sufren, ofreciendo nuestro consuelo y el auxilio de Dios. Las informaciones que compartimos pronostican momentos muy duros por el dolor y el agobio de la enfermedad y la muerte de seres queridos. También se avecina una grave situación económica que agudizará las penurias de los pobres y la pobreza de los medios a nuestro alcance para socorrerles. 

Considero que cuanto sucede es también para nosotros una gran purificación. Espero y deseo que todo ello nos haga valorar más nuestro ministerio, la Palabra de Dios, la fuerza de la gracia, los sacramentos, el acompañamiento y la fraternidad. Dad gracias a Dios por este precioso ministerio. Que tampoco nos abandonemos nosotros, sobre todo en la vida espiritual, y mantengamos la tensión interior de la Cuaresma, a la escucha de la voluntad del Señor, acompañando a Cristo en su Pasión. Recurrid constantemente a Maria, la Madre de Jesús, en la que se inspira el modelo de amor materno de la Iglesia (cf. LG, 65). Os animo, por consiguiente, a vivir este momento como un tiempo de gracia del que obtendremos grandes bienes, pues “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Rm 8,28). 

Vivid intensamente la Semana Santa aunque sea de modo tan insólito y solitario, siguiendo las indicaciones emanadas por la Santa Sede, que ya conocéis. En cada una de mis celebraciones estaréis todos presentes en mi corazón ante Dios, sobre todo el Jueves Santo, gustando del don de la Eucaristía y del sacramento del Orden que da sentido a nuestra vida y misión. Como ya sabéis, por mi última Carta Pastoral a los fieles, he aplazado la Misa Crismal. Me parece la mejor opción. Espero que más adelante lo podamos disfrutar celebrando juntos en torno a la Mesa del Señor, con la alegría pascual y el gozo de encontrarnos de nuevo como presbiterio de hermanos. 

¡Mucho ánimo! Sigamos unidos asistiendo al pueblo de Dios que se nos ha encomendado. Sed muy cuidadosos en cuanto nos exigen las normas de las autoridades.

Rezo constantemente por vosotros para que sigáis sembrando esperanza, alegría y paz, dando la vida al servicio de todos, sin apartarnos del Crucificado. Os pido finalmente que oremos unos por otros para que sintiéndonos responsables unos de otros, en comunión y superando el aislamiento, nos ayudemos a ser fieles al Señor  para vivir este “oficio de amor”. El Señor no nos dejará de su mano en tiempos de prueba. Orad también por mi.

Os bendigo a cada uno con mucho afecto

+ Rafael, Obispo de Cadiz y Ceuta 

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