Santos y santas que nos explican con sus vidas los mensajes de Jesús de Nazaret

Javier de la Torre (Coord.)

Los santos y la enfermedad

Madrid, PPC, 2019

Como es sabido, las enfermedades son trastornos comunes a todos los seres vivos. Los dolores los sufrimos todos los animales pero sólo los humanos, por estar dotados de sentimientos y de conciencia, experimentamos los sufrimientos. Esta es la razón por la que todas las ciencias y, en especial, la Medicina, la Psicología, la Sociología, la Historia General, la Historia de las Religiones y la Teología Cristiana, estudian la estrecha relación que se establece entre la enfermedad y la vida. En el cristianismo, debido al testimonio y a las palabras de nuestro modelo Jesucristo, “varón de dolores”, el sufrimiento y la enfermedad alcanzan una peculiar relevancia. Me permito adelantar de manera resumida mi juicio crítico positivo sobre este estudio colectivo de un asunto importante que, en esta situación, alcanza una especial oportunidad. Coordinado por Javier de la Torre, analiza los pensamientos, las actitudes y las conductas de doce santos y santas que han explicado con sus palabras y han encarnado en sus vidas los mensajes de Jesús de Nazaret.

Alexandre Freire Duarte análiza las cartas de Basilio de Cesarea (ca. 330 – 379), considerado en la Historia de la Retórica como maestro en el arte epistolar, y llega a la conclusión de que, debido su manera de interpretar los diversos problemas físicos que sufrió durante su larga vida, puede ser calificado como un teólogo de la enfermedad y de la curación. David Cortis nos cuenta cómo la frágil salud de San Agustín (354 – 430) determinó su entrega incondicional a los enfermos y sus estimulantes reflexiones sobre los servicios prioritarios a los pacientes y sobre la confianza en los trabajos de los médicos y en la ayuda de Dios. Iygnasi M. Fossas explica el arraigo en la tradición monástica benedictina de la integración de las dimensiones corporal, psicológica y espiritual de los sufrimientos originados por las dolencias físicas y por los trastornos mentales. Julio Herranz Migueláñez describe la influencia de la enfermedad en el proceso de conversión de San Francisco de Asís (1182​- 1226). Me ha llamado la atención, de manera especial, la agudeza con la que María del Mar Graña Cid ha identificado en la figura de Santa Clara de Asís (1194 -1253) la radicalidad evangélica franciscana, su aportación de elementos originales de rasgos femeninos, y, sobre todo, la relación que se establece entre la muerte diaria y la creciente creación de una nueva  de vida. Vito Gómez García valora sutilmente la sensibilidad de Santo Domingo de Guzmán (1170 – 1221) ante el mundo de los pobres y, en particular, su ternura con los enfermos, en parte al menos, influida por sus experiencias como paciente. Este mismo autor contrasta la buena salud de la que Santo Tomás de Aquino (1225 – 1274) disfrutó durante toda su vida, con sus agudas reflexiones teológicas sobre la enfermedad y el dolor, y señala cómo al final, ante la muerte, asumió los sufrimientos con humildad, con paciencia y, sobre todo, con gratitud.

Juan María de Velasco y Javier de la Torre estudian las aportaciones de San Ignacio de Loyola (1491 – 1556) a los significados sobrenaturales de la enfermedad y a la vivencia de la fe. Ponen de relieve las exigencias ineludibles para conservar la salud del espíritu y destacan los diferentes sentidos trascendentes de la enfermedad. La enfervorizada opción por los pobres de San Juan de Dios (1495 – 1550), tras experimentar personalmente el trato que recibían los enfermos, determinó su entrega a los pacientes de enfermedades físicas y mentales a partir de su convicción, como afirma Calixto Plummed Moreno, de que “humanizar es evangelizar”. Me resulta especialmente original el análisis de Juan Antonio Marcos de la conciencia de la fragilidad de Teresa de Jesús (1515 – 1582) sobre su propio cuerpo, y del contacto de Juan de la Cruz (1542 – 1591) con sus dolencias personales y con las enfermedades ajenas. Agudos son, a mi juicio, sus comentarios sobre “ese no sé qué de grandeza y dignidad” y, especialmente, sobre las fragilidades escindida, habitada y trascendida. Consuelo Santamaría y José Carlos Bermejo identifican las enfermedades que sufrió San Camilo de Lelis como claves de sus comprensivas y generosas actitudes ante la enfermedad de los otros, de su decisión de fundar la Orden de los Ministros de los Enfermos y del merecido título de “Patrón de los Enfermeros”. Clarificadores los análisis de José Manuel Aparicio Malo sobre la enfermedad como lectura transversa de Vicente de Paúl y sobre esa espiritualidad verificada en la experiencia de la enfermedad. Y, sin duda alguna, oportunas las reflexiones de Víctor Chacón Huertas sobre las enfermedades somáticas y mentales de San Alfonso María de Ligorio y sobre su acercamiento a los pacientes.

En mi opinión, este estudio, por su amplitud, por su rigor y por su oportunidad, es especialmente valioso para orientarnos en la enmarañada encrucijada en la que nos encontramos en estos momentos, y para descubrir cómo la fe cristiana es una teoría de la vida humana y una senda por la que establecemos comunicación fluida y saludable con los “próximos” que, en estos momentos, sufren la enfermedad.

José Antonio Hernández Guerrero

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