Fallece el abogado gaditano Julio Ramos

El que fuera asesor jurídico del Obispado de Cádiz y Ceuta y fiel colaborador de nuestra diócesis, falleció a los 92 de años. Distinguido con la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort y con la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice por su servicio y amor a la Iglesia, también desempeñó su labor profesional en la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Cádiz. Fue Hermano mayor de la cofradía de Buena Muerte. Durante este periodo, celebró el centenario de la hermandad y se restauró la imagen del Crucificado. Además, participó de la comisión creada en su día para revitalizar el culto a la Virgen del Rosario.

Tras su etapa como asesor del obispo siguió colaborando como patrono de la Fundación de los Barrios Pérez Bustamante. Este mismo mes mantuvo su ultima reunión de trabajo con el Sr. Obispo.

Las exequias tendrán lugar hoy viernes 2 de octubre, a las 17.00 horas, en el Tanatorio de la calle Castellar de la Frontera (Cádiz), junto a la Glorieta de la Zona Franca.

Rogamos una oración por su eterno descanso. D.E.P.

 

OBITUARIO

Por: José Antonio Hernández Guerrero

Julio Ramos Díaz, un profesional del Derecho que ha ejercido la abogacía como una vocación de servicio, ha fallecido tras haber aplicado sus amplios y rigurosos conocimientos de las Leyes a los ciudadanos y, en especial, a los más necesitados de ayudas. Asentado en profundas convicciones éticas, sus ponderadas decisiones siempre estaban orientadas por unos sólidos principios evangélicos. No nos extraña, por lo tanto, que muchos de sus compañeros afirmen que sus propuestas sensatas y sus equilibradas aportaciones, realizadas a lo largo de su dilatada trayectoria jurídica, han enriquecido una profesión tan compleja y tan delicada en unos momentos de confusión y de desconcierto. Hombre recto, riguroso e íntegro, era, al mismo tiempo, cercano, cordial y sensible a los problemas humanos.

A mí me llamaba la atención, además, su manera hábil de conjugar la fortaleza y el equilibrio interno, con la sencillez y con la precisión. Agudo en sus juicios, poseía una admirable destreza para administrar los silencios y para distribuir las pausas. He prestado especial atención a su pericia para convivir con sus familiares, para dialogar con sus compañeros, para conversar con sus amigos y para servir a sus clientes. Me sorprendía ese aplomo con el que, gracias a su mirada lúcida y a sus palabras exactas, analizaba, explicaba y aplicaba las leyes a casos difíciles y en situaciones delicadas.

Julio Ramos, era un hombre dialogante y reflexivo, un ciudadano serio, discreto, sereno y elegante, que veía la vida sin que le aumentaran las pulsaciones: era, a mi juicio, un ser que ejercía la bondad con una disposición humilde y que, al mismo tiempo, contemplaba la marcha de nuestra historia con una actitud crítica. Tengo la impresión de que una de las claves de su reciedad temperamental, de su integridad moral, de su generosidad acreditada, de su sensibilidad social  y de su permanente actitud de servicio eran sus convicciones religiosas sólidamente fundamentadas y permanentemente alimentadas.

Creo que es aquí donde radicaba el secreto de su coraje a la hora de afrontar las inevitables contrariedades que originan la convivencia social y las gestiones profesionales, y donde residía la explicación de su entereza para soportar algunas de las circunstancias dolorosas que rodean la existencia humana. Estoy convencido de que el signo más revelador de su exquisita calidad humana residía en esa mirada atenta, respetuosa y, a veces,  emocionada, que traspasaba sutilmente las apariencias engañosas para devolver a las cosas su verdad y su dignidad.

Ésta es la imagen -que retengo con profunda gratitud- de un gaditano, caballero y señor. Éste es el perfil de un hombre entero, fiel a sus principios y a sus convicciones que, enemigo irreconciliable de las maneras agresivas, de las manifestaciones mendaces y de las obras mediocres, estaba comprometido permanente con su aspiración suprema de perfección humana y de elevación moral.  No es extraño por lo tanto, que a pesar de que el Ministerio de Justicia le otorgara la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, él nunca alardeó de excelentísimo, ni permitiera que su Colegio lo hiciera. Que descanse en paz.

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