Con escasos días de diferencia fallecen los diáconos permanentes gaditanos Florencio Romero Meléndez y Antonio Hörh Gómez

Por: José Antonio Hernández Guerrero

Los dos recibieron el Orden del Diaconado el día ocho de diciembre de mil novecientos ochenta y cuatro. Los dos hicieron compatibles sus entregas a la familia y las diversas actividades ministeriales. Florencio desarrolló su trayectoria pastoral especialmente dedicado a la ayuda de las familias, colaborando en el Centro de Orientación Familiar y en las Parroquias de San Lorenzo, El Rosario y Santa Cruz, de Cádiz. Antonio ejerció, durante el tiempo que mantuvo la salud, la catequesis y la administración de los sacramentos, en especial el Bautismo, en la Parroquia de San José y la atención a los enfermos en la Clínica de la Salud.

La familia -me repitió Florencio en reiteradas ocasiones- no está solamente para amarse a sí misma, sino también para dar testimonio del amor al mundo que se encuentra fuera de la familia. Me decía que la pauta que seguía en sus “modestos” quehaceres apostólicos estaba definida en unas palabras de Pablo VI dedicadas a la Iglesia, ‘o es misionera o no lo es”.

En la largas conversaciones que mantuve con Antonio, especialmente durante su última hospitalización, me explicó su extrañeza de que, en la actualidad,  en un mundo en el que existe tanta pobreza, tantas dificultades, tantas personas mayores y tantos enfermos, no surgieran más vocaciones de diáconos permanentes “porque -fueron sus palabras- somos nosotros, sin duda alguna, los especialistas para llegar a todas estas personas como hacía Jesucristo, a través de la cercanía, del consuelo, de la compasión y del amor”. Los dos -Florencio y Antonio- eran conscientes de sus compromisos, los dos estaban “orgullosos” por poseer los bellos y valiosos tesoros que encierran los sacramentos del Matrimonio y del Orden, los dos estaban agradecidos por los diferentes vínculos que la familia y el diaconado –fuentes permanentes de inspiración y de energías- creaban en sus vidas cotidianas y los dos se mostraban contentos por sentirse más visiblemente insertados en la vida de la Iglesia manteniendo sus relaciones con sus actividades familiares, profesionales y sociales.

Aunque cada uno de ellos siguió un itinerario espiritual y pastoral diferente, las dos biografías nos sirven para comprender la incalculable riqueza de los dos sacramentos. Los dos testimonios nos ayudan a valorar los Gozos y las Esperanzas de unos hombres buenos que hicieron compatibles la vida familiar y el ministerio de diáconos permanentes. Los dos unieron el amor a sus respectivas esposas e hijos con el servicio a Cristo en las vicisitudes del pobre, el lugar teológico por excelencia. Que descansen en paz.

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