Mater Fátima en el Centro Penitenciario de Botafuegos

El cielo derramó sobre la prisión de Botafuegos una lluvia de gracias, sobre todos los corazones de los internos. Era la Virgen de Fátima quien les visitaba, su “Madre”, su protectora, el remedio de sus males, madre de la libertad.

Durante los días 4, 5 y 6 de abril, los internos de la prisión vivieron “Mater Fátima” como un encuentro con Jesús y María. Días intensos de catequesis, celebración de la Palabra, explicación del rosario, oración, confesiones y Eucaristía.

Las charlas cuaresmales han ayudado a que los internos puedan hacer una buena confesión, creando un clima de silencio, oración y adoración. Todos necesitaban de Jesús. Arrodillados ante la imagen de la Virgen, derramaban lágrimas sobre sus mejillas, pidiendo perdón y ayuda en los momentos más oscuros de su vida. La mirada de la Virgen estaba fija en la de sus hijos. Los internos decían: “sus ojos son tan claros, con tanta paz que penetran hasta lo más profundo de mi alma”, otro decía en voz alta; “me duele mirar su cara tan bella, pues he sido causa de mucho daño”, otros ponían bajo el manto de la Virgen las fotos de sus hijos y los nombres de aquellas personas que habían hecho daño. Sus corazones eran como esponjas, blandos y en todo momento absorbiendo el amor que Dios les derramaba en su Madre.

Durante el examen de conciencia, el capellán trinitario, quitó la corona a la imagen de la Virgen y la fue pasando entre las manos de los internos, para que observasen la bala que tenía incrustada dentro de la corona. Una bala que representa el mal del mundo y que intentó arrebatar la vida a S. Juan Pablo II. Los internos besaban la corona y reflexionaban sobre su vida de pecado, observando esa bala. ¿Cuántas veces hemos querido asesinar a nuestros hermanos con la bala de la mentira, el odio, el orgullo, el poder? Hay muchas formas de matar, no sólo con una pistola, sino también con la palabra, un gesto, con tan sólo una mala mirada podemos hundir la vida a una persona. Durante las tres horas de celebración se respiraba un silencio que hablaba de Dios, los internos lloraban al decir sus pecados, la Virgen tocó sus corazones y buscaban el perdón de Dios. Sus oraciones en voz alta gritaban al Corazón de Jesús, con propósitos de conversión y cambio de vida. Los sacerdotes invitados estaban llenos de asombro al notar la presencia del Espíritu y sentir cómo se derramaba sanación en la vida de los internos. El dolor de los pecados hizo que el Corazón de Jesús se abriera por completo. El P. Rubén de la Línea decía: “No me podía imaginar lo que he visto, las confesiones tan profundas, el respeto y el amor que le tienen a la Virgen”. Los internos oraron por Cesar, un sacerdote enfermo y por Inés una voluntaria enferma que lleva más de 30 años visitando la cárcel.

Tres sacerdotes trinitarios y dos diocesanos vimos la necesidad que el mundo tiene de Dios y lo importante que es la confesión para salir de los infiernos más profundos que las personas viven hoy en día. Sólo Dios es la solución de nuestros problemas.

Después de la Eucaristía, agarrados al rosario como verdaderos soldados de la Virgen, al igual que los pastorcillos, se arrodillaron ante la Virgen de Fátima para consagrarse a su Inmaculado Corazón. Sin duda, era el amor de sus hijos, los pobres, los privados de libertad, que coronaban con flores el corazón de la Madre de Dios.

“Mater Fátima” ha sido un regalo del cielo y sin duda, dejó huella en los corazones de los más necesitados. Los voluntarios de Pastoral Penitenciaria, estaban asombrados de tanta bendición y hasta un funcionario afirmó diciendo: “tenéis que hacer más veces éstas cosas, es la mejor terapia que se puede hacer”. Así es, la mejor terapia es ponerse en manos de Dios y dejarse llevar por Él. No dejemos de imitar a María, poniendo nuestra vida en las manos del verdadero Maestro.

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